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En la era de los circos digitales
me quisiste hablar de forma hipnótica.

Yo no te dejé pero se sumaron otros suplicantes a tu causa
-me parece que eran señores reflejados pero
no me animé a comprobarlo-
y a mi la resistencia me agobia tanto que
abandono el choque para volverlo aburrido, olvidadizo,
para arrojar por debajo un nuevo andar
firmado desde la nube de nuestros dibujos.

Pero las voces que me perseguían
nunca son del todo rotas pues no hay fuerza;
así es que me tapan hasta el cuello de volumen
y yo no me escondo porque ya estaba escondido.

Salgo igual a pintar la batalla - para definir sus
contornos y el mio- porque cada trazo me resulta
tan fácil como cerrar los ojos (ya que no estás
frente a mi oponiendo los tuyos).

Pintar no es dejar de ver por los suelos
aquellos ritos que contemplan el tiempo
en su ausencia de luz -lejos de las palabras que escupo
y oigo explotar lejos mio, fingiendo inocencia
con la verja de los párpados.

Detrás de la barrera hacia el desastre, las explosiones
suenan como repiqueteos de tren,
palmas que se baten en nuestros oidos secos
conjugando las voces que fuimos
cuando fuimos silencio.

Otros señores me hablan desde otro tiempo
me muestran gráficos, ejes de rendimiento, índices
sobre no se qué inversiones a futuro...
Los confundo con artesanos
que esculpen las estatuas que fuimos
cuando fuimos inmensos.