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No quiero leer las manos de nadie.

Sería un abuso de quien me lo pidiera
como si yo no me diera cuenta de que planean
quedarse mancos para ponerlas en un cuadrito
y hablar de ellas hasta el hartazgo
de sus manos quietas, hasta el hartazgo.

Si las leyera de antemano
diría que están podridas, aburridas
desde que se enteraron de su futuro:

ser palabras
en una placa dorada y diminuta
que no toca a nadie.